sábado, 22 de enero de 2011

Que Edward ni Edward, que Jacob ni Jacob

..."Ian me mi­ra­ba con una ext­ra­ña com­bi­na­ci­ón de aleg­ría y ner­vi­osis­mo en los oj­os. Su ca­ra pa­re­cía más al­ta de lo que so­lía es­tar, más gran­de de lo que so­lía ser, pero sus ojos eran tan azu­les co­mo re­cor­da­ba. El anc­la que me ha­bía ata­do a es­te planeta.

-¿Estás bi­en ahí? -me pre­gun­tó.

-No..., no lo sé -admi­tí-. Me no­to muy... ra­ra. Tan ra­ra co­mo si hu­bi­era cam­bi­ado de es­pe­cie. Más de lo que ha­bía pen­sa­do que me sen­ti­ría. No..., no lo sé.

Mi co­ra­zón vol­vió a agi­tar­se al mi­rar esos oj­os, y al­lí no ha­bía nin­gún re­cu­er­do del amor de ot­ra vi­da. Te­nía la bo­ca se­ca y se me re­vol­vió el es­tó­ma­go. Sen­tía el lu­gar don­de su bra­zo to­ca­ba mi es­pal­da más vi­vo que el res­to de mi cu­er­po.

-No te im­por­ta muc­ho qu­edar­te aquí, ¿ver­dad, Wan­da? ¿Cre­es que pod­rás so­por­tar­lo? -mur­mu­ró.

Jamie me est­rec­hó la ma­no. Me­la­nie pu­so la su­ya en­ci­ma y son­rió cu­an­do Jared aña­dió la su­ya al mon­tón. Trudy me dio unas pal­ma­di­tas en el pie. Ge­of­frey, He­ath, He­idi, Andy, Pa­ige, Brandt y Lily me ob­ser­va­ban con gran­des son­ri­sas. Kyle se ha­bía acer­ca­do, son­ri­en­do tam­bi­én, y la son­ri­sa de Sol era de comp­li­ci­dad.

¿Cuánto Sin-do­lor me ha­bía da­do Doc? To­do bril­la­ba de nu­evo.

Ian me apar­tó la nu­be de pe­lo do­ra­do de la ca­ra y de­jó la ma­no en mi me­j­il­la. Era tan gran­de que abar­ca­ba des­de la man­dí­bu­la has­ta la fren­te y su con­tac­to en­vió una des­car­ga de elect­ri­ci­dad a to­do lo lar­go y anc­ho de mi pi­el pla­te­ada. Se est­re­me­ció al sen­tir esa des­car­ga, y mi es­tó­ma­go se est­re­me­ció con el­la.

Sentía que mis me­j­il­las se ha­bí­an son­ro­j­ado. Nun­ca me ha­bí­an ro­to el co­ra­zón, nun­ca lo ha­bí­an hec­ho vo­lar. Me aver­gon­cé. Me cos­tó hab­lar.

-Supongo que pod­ré so­por­tar­lo -su­sur­ré-, si eso te ha­ce fe­liz.

-Eso no es su­fi­ci­en­te, la ver­dad -di­jo Ian-. Tam­bi­én ti­ene que ha­cer­te fe­liz a ti.

Sólo po­día sos­te­ner su mi­ra­da du­ran­te unos se­gun­dos cu­an­do lo in­ten­ta­ba. La ti­mi­dez, tan nu­eva pa­ra mí, me con­fun­día, ha­cía que ba­j­ara los oj­os ha­cia mi re­ga­zo sin po­der evi­tar­lo.

-Creo... que pod­ría -admi­tí-. Creo que pod­ría ha­cer­me muy, muy fe­liz.

Feliz y tris­te, aleg­re y mi­se­rab­le, se­gu­ra y te­me­ro­sa, ama­da y aban­do­na­da, pa­ci­en­te y en­fa­da­da, pa­cí­fi­ca y sal­va­je, lle­na y va­cía..., to­do a la vez. Lo sen­ti­ría to­do. To­do se­ría mío.

Ian me al­zó la ca­ra has­ta que le mi­ré a los oj­os, mi­ent­ras me ru­bo­ri­za­ba aún más.

-Entonces te qu­edas.

Me be­só al­lí de­lan­te de to­do el mun­do, pe­ro en­se­gu­ida me ol­vi­dé del púb­li­co. Fue fá­cil y di­rec­to, sin con­fu­si­ón, sin obj­eci­ón, sin di­vi­si­ón, só­lo Ian y yo, y la ro­ca der­re­ti­da avan­zan­do por es­te cu­er­po nu­evo, sel­lan­do ot­ra vez el tra­to.

-Me qu­eda­ré -afir­mé.

Y co­men­zó mi dé­ci­ma vi­da..."






Capítulo 59: "Recuerdo" - "The Host" de Stephenie Meyer


Me enamoré de Ian O'Shea. Yo sé que la platea femenina que haya leido este libro, coincide conmigo. Es que, ¿es necesario que tenga que ser tan dulce, tan comprensible? Es totalmente inhumano; y, ¡pues claro! Otro personaje de libro tenía que ser. (Fuck you, Steph)