lunes, 31 de enero de 2011

Carta a ese alma que espero.

Hola. Yo sé que estás por ahí y realmente no sé como escribirte: no sé si tratarte de vos, de usted; todavía no se como te gusta que te traten. Sé que estás dando vueltas por el mundo, no se si cerca, no se si lejos. Todavía no se si te conozco, tampoco si verdaderamente existís, si alguna vez nos vamos a encontrar, si sos una fantasía de mi subconsiente o si simplemente estás esperando el momento indicado para tocar mi puerta. La verdad es que, de antemano, me gustaría que sepas algo... Tantas, tantas veces me subí al tren equivocado... No te das una idea de cuantas... Y esta vez, cuando aparezcas, me encantaría que éste sea el tren que debo tomar, el que me lleve por el camino correcto, no el que me baje en la sombría soledad de algún pueblo inventando, de alguna trinchera perdida, olvidada... Cuando decidí abordar los trenes anteriores, deje todo atrás, callé las voces negativs, tomé las positivas y, como quien está al borde del abismo, dí un paso al frente, aventurándome a algo nuevo, no conocido, algo que suponía que debía ser placentero... Pero no fue así. La vuelta a casa fue dolorosa, subir mi bandera blanca lo fue aún más. Querida alma, ¡no te das una idea cuánto costó! Antes de esa bandera- que significaba un 'Hasta acá llegué'-, perdí mi orgullo, mi dignidad y respeto por gente que verdadermente, con el tiempo, me demostró que no se lo merecía.
En estas simples lineas, quiero decirte que tu tarea va a ser dificil. Si querés ganarte mi confianza y mi fé, no va a ser facil. Te lo pido por favor, alma; cuidado al realizar tu tarea... Ya no quiero ver vías y llorar. Por favor, llevame a una buena estación, dejame en un lindo andén... Dejame del lado de la felicidad.
Gracias.

sábado, 22 de enero de 2011

Que Edward ni Edward, que Jacob ni Jacob

..."Ian me mi­ra­ba con una ext­ra­ña com­bi­na­ci­ón de aleg­ría y ner­vi­osis­mo en los oj­os. Su ca­ra pa­re­cía más al­ta de lo que so­lía es­tar, más gran­de de lo que so­lía ser, pero sus ojos eran tan azu­les co­mo re­cor­da­ba. El anc­la que me ha­bía ata­do a es­te planeta.

-¿Estás bi­en ahí? -me pre­gun­tó.

-No..., no lo sé -admi­tí-. Me no­to muy... ra­ra. Tan ra­ra co­mo si hu­bi­era cam­bi­ado de es­pe­cie. Más de lo que ha­bía pen­sa­do que me sen­ti­ría. No..., no lo sé.

Mi co­ra­zón vol­vió a agi­tar­se al mi­rar esos oj­os, y al­lí no ha­bía nin­gún re­cu­er­do del amor de ot­ra vi­da. Te­nía la bo­ca se­ca y se me re­vol­vió el es­tó­ma­go. Sen­tía el lu­gar don­de su bra­zo to­ca­ba mi es­pal­da más vi­vo que el res­to de mi cu­er­po.

-No te im­por­ta muc­ho qu­edar­te aquí, ¿ver­dad, Wan­da? ¿Cre­es que pod­rás so­por­tar­lo? -mur­mu­ró.

Jamie me est­rec­hó la ma­no. Me­la­nie pu­so la su­ya en­ci­ma y son­rió cu­an­do Jared aña­dió la su­ya al mon­tón. Trudy me dio unas pal­ma­di­tas en el pie. Ge­of­frey, He­ath, He­idi, Andy, Pa­ige, Brandt y Lily me ob­ser­va­ban con gran­des son­ri­sas. Kyle se ha­bía acer­ca­do, son­ri­en­do tam­bi­én, y la son­ri­sa de Sol era de comp­li­ci­dad.

¿Cuánto Sin-do­lor me ha­bía da­do Doc? To­do bril­la­ba de nu­evo.

Ian me apar­tó la nu­be de pe­lo do­ra­do de la ca­ra y de­jó la ma­no en mi me­j­il­la. Era tan gran­de que abar­ca­ba des­de la man­dí­bu­la has­ta la fren­te y su con­tac­to en­vió una des­car­ga de elect­ri­ci­dad a to­do lo lar­go y anc­ho de mi pi­el pla­te­ada. Se est­re­me­ció al sen­tir esa des­car­ga, y mi es­tó­ma­go se est­re­me­ció con el­la.

Sentía que mis me­j­il­las se ha­bí­an son­ro­j­ado. Nun­ca me ha­bí­an ro­to el co­ra­zón, nun­ca lo ha­bí­an hec­ho vo­lar. Me aver­gon­cé. Me cos­tó hab­lar.

-Supongo que pod­ré so­por­tar­lo -su­sur­ré-, si eso te ha­ce fe­liz.

-Eso no es su­fi­ci­en­te, la ver­dad -di­jo Ian-. Tam­bi­én ti­ene que ha­cer­te fe­liz a ti.

Sólo po­día sos­te­ner su mi­ra­da du­ran­te unos se­gun­dos cu­an­do lo in­ten­ta­ba. La ti­mi­dez, tan nu­eva pa­ra mí, me con­fun­día, ha­cía que ba­j­ara los oj­os ha­cia mi re­ga­zo sin po­der evi­tar­lo.

-Creo... que pod­ría -admi­tí-. Creo que pod­ría ha­cer­me muy, muy fe­liz.

Feliz y tris­te, aleg­re y mi­se­rab­le, se­gu­ra y te­me­ro­sa, ama­da y aban­do­na­da, pa­ci­en­te y en­fa­da­da, pa­cí­fi­ca y sal­va­je, lle­na y va­cía..., to­do a la vez. Lo sen­ti­ría to­do. To­do se­ría mío.

Ian me al­zó la ca­ra has­ta que le mi­ré a los oj­os, mi­ent­ras me ru­bo­ri­za­ba aún más.

-Entonces te qu­edas.

Me be­só al­lí de­lan­te de to­do el mun­do, pe­ro en­se­gu­ida me ol­vi­dé del púb­li­co. Fue fá­cil y di­rec­to, sin con­fu­si­ón, sin obj­eci­ón, sin di­vi­si­ón, só­lo Ian y yo, y la ro­ca der­re­ti­da avan­zan­do por es­te cu­er­po nu­evo, sel­lan­do ot­ra vez el tra­to.

-Me qu­eda­ré -afir­mé.

Y co­men­zó mi dé­ci­ma vi­da..."






Capítulo 59: "Recuerdo" - "The Host" de Stephenie Meyer


Me enamoré de Ian O'Shea. Yo sé que la platea femenina que haya leido este libro, coincide conmigo. Es que, ¿es necesario que tenga que ser tan dulce, tan comprensible? Es totalmente inhumano; y, ¡pues claro! Otro personaje de libro tenía que ser. (Fuck you, Steph)

lunes, 17 de enero de 2011

Lo admito y, si es necesario, lo grito a los cuatro vientos: ¡Te quiero ver!

domingo, 9 de enero de 2011

Podés decirle a todos que ésta es tu canción




I know it's not much but it's the best I can do, my gift is my song and this one's for you. And you can tell everybody this is your song, it may be quite simple but now that it's done. I hope you don't mind, I hope you don't mind that I put down in words how wonderful life is while you're in the world
Volé y jamás
regresé.