Cuando la estupidez le gana por afano a la suerte que nunca llega si la estamos esperando.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
No sé, no sé como puedo ser tan estúpida, inocente, ingenua, ¡boluda! No te das una idea de las inmensas ganas que tengo de hablarte. No para decirte que te amo ni nada, las cosas no son así. Sino para preguntarte por qué no fuiste tan hombre como decías ser y no me dijiste las cosas en la cara. Para recriminarte y pregunatrte por qué mierda fuiste tan cagón de terminar así, cuestionarte por qué los huevos no te dieron para venir, encararme y hablar las cosas; como hiciste cuando estuvimos por primera vez. Decime, ¿por qué? ¿Podés simplemente explicarme eso? La verdad -y siempre lo digo; y a vos también te lo dije- que, a pesar de cualquier relación que llevemos, yo siempre iba a ser una amiga para vos. Te dí mi confianza, hablamos, te dije todo; me mostré como lo hago con muy pocas personas, tuviste -tal vez- la suerte de conocerme sin máscaras ni dizfraces. Sin embargo, ¿vos qué? Te aprovechaste de la situación. ¿Y sabés que más? Me dolió, porque yo pensé que las cosas iban a ser diferentes, pensé que vos ibas a ser diferente. Pero no fue así, se nota que vos no te sacaste la máscara ni el disfraz conmigo, no te importo nada, ¿no? Bueno, se nota.